Son algo más de las diez de la mañana y el calor ya se deja notar con intensidad en las calles de La Habana Vieja. A unas pocas cuadras de nuestro alojamiento está la Plaza de la Catedral de La Habana y en ese lugar, sentado junto a sus dibujos y su muleta está Pedro Pablo, un anciano pintor que se gana la vida vendiendo sus obras a los pocos turistas que en esas fechas visitamos la ciudad.
La Habana está repleta de arte callejero, pintores, músicos, bailarines y cualquier tipo de cultura imaginable. Desde temprano exponen su saber en las calles esperando que el turista quiera dejar una propina o llevarse un recuerdo de esa maravillosa ciudad. Entre ellos Pedro Pablo llamó poderosamente mi atención, intentaré explicaros por qué.
La Plaza estaba poco concurrida para lo que es habitual. Había alguna persona pidiendo a la puerta de la Catedral, una jovencita que celebra su fiesta de quince años siendo retratada, y bajo los soportales junto a las columnas de la Casa del Marqués de Arcos, sentado sobre una piedra con unos cartones a modo de cojín, un anciano pintor junto a sus obras.
Me sorprendió que el anciano no llamaba la atención de quienes paseábamos por allí, ensimismado en pintar con algunos rotuladores y bolígrafos viejos una de sus obras, lo normal es que los artistas callejeros reclamen nuestra atención. Después comprobé que sus ojos cansados difícilmente llegaban a ver más allá de unos metros de distancia.
Otra de las cosas que llamó mi atención era que sus dibujos rompían con la monotonía de propuestas, ya que la mayoría de artistas callejeros pintan los lugares más conocidos de La Habana, los icónicos Almendrones, los rostros famosos de la revolución o las guapas mujeres con sus coloridos pañuelos de cientos de llamativos colores. El Anciano solo pintaba rostros o figuras que nada tenían que ver con esas costumbres.
El motivo de nuestro paseo era fotografiar las calles y las gentes de La Habana. Desde luego también era retratar el llamativo rostro del anciano dibujante, pero en esta ocasión me apetecía conocer a la persona y charlar un rato con él. Después del "buenos días, ¿que tal, como está usted?", el anciano, muy amable me contestó atentamente retirando su muleta a un lado para hacerme sitio cerca y poder escucharme bien.
Por supuesto nos presentamos y entonces me respondió que se llama Pedro Pablo González Valdés, que nacido en Matanzas hace 86 años. Añadió que tenía problemas de movilidad y circulación de sangre y los dolores le impedían en muchas ocasiones pintar o salir a la calle. Me contó que llevaba más de 50 años dedicados al arte, a la pintura y el dibujo, que era lo que más le gustaba hacer y que era un enamorado de la obra de Picasso.
Me contó que, aunque lo hacía en ocasiones, no le gustaba pintar las calles de La Habana o sus coches. Que prefería dibujar rostros inventados que copiaba y modificaba de algo que había visto, soñado o recordado. Que siempre le gustó pintar y dibujar, pero que nunca pudo estudiar para ello, primero fue el trabajo y el intento por ganarse el sustento para él y su familia.
Durante nuestra charla hablamos de Cuba, del antes y ahora, de su revolución y de la figura del "Che" que pareció acercarnos cuando le conté como la juventud vivimos desde España la visita del revolucionario y su imagen icónica, que recorrió todos los rincones y estampó cuadernos, libros, camisetas, gorras y corazones en los tiempos de estudiante.
Resultó increíble. Una lección más. Pedro Pablo me dio un nuevo ejemplo de educación y buen trato de las gentes de cuba. Una amabilidad fuera de discusión y un amor por su patria. Antes con la revolución y ahora en su lucha diaria, no pierde la ilusión y la esperanza mientras pinta o dibuja en las calles de La Habana.
Fue enorme su felicidad cuando Mari Paz, una de las compañeras fotógrafas le regaló algunos bolígrafos y rotuladores que habíamos decidido llevar durante nuestro viaje, para sobre todo entregar a los escolares. Su cara y su mirada de agradecimiento fue única.
Le compré una de sus láminas. La firmó y me la dedicó. Este es quizá uno de los recuerdos más entrañables que me he traído de Cuba. Ahora su dibujo cuelga en una de las paredes de mi casa y en mi memoria el momento que he intentado contaros en este artículo. Por supuesto, también le pedí permiso y le hice alguna fotografía, aunque en esta ocasión no fuera lo más importante.
Cuba y La Habana son muchas cosas. Colores, olores, sabores, música...., pero sobre todo sus gentes, sus habitantes.
Te enamorará. Cuba seduce.