Mejor Juan, que Felipe VI (I)

By Fco. Cecilia - jueves, junio 19, 2014

Mejor Juan que Felipe VI (I)
Ya tenemos todo arreglado. No hemos tenido tiempo de mejorar la educación, la sanidad o las pensiones. No hemos podido mejorar aún las condiciones de los niños pobres, de los dependientes, de los millones de desempleados, de los jóvenes emigrantes.... Ahora! eso sí, hemos podido cambiar de Rey y Reina en un pis-pas.

En menos tiempo de lo que tarda en brotar un cardo, el sistema se ha puesto en marcha y ha legislado como corresponde para que en España tengamos nuevo Rey, su majestad Felipe VI. No se puede perder el tiempo cuando Juan Carlos I viene a comunicar su jubilación, corrijo, su abdicación y por derecho de sangre su hijo tiene que quedarse con la jefatura del Estado.

¡Estaría cojonudo que en un país democrático, los ciudadanos pudiéramos libremente elegir el jefe del estado que queremos!. A ver si vamos a convertir esto en una República.., no te lo crees ni tu. Un sistema político fundamentado en el imperio de la ley y en su Constitución, con Igualdad ante la ley para todos los ciudadanos y que en su esencia condena y frena los posibles abusos de quienes ostentan el poder, del gobierno y de las mayorías, con el objeto de proteger los derechos fundamentales y las libertades civiles de los ciudadanos, quizá no votaría por un jefe de gobierno elegido a dedo y por sucesión de sangre.

La república escoge a todos aquellos que nos deben gobernar mediante la representación de toda su estructura con el derecho a voto. Y todo esto viene al caso porque ejerciendo mi derecho de elección y publicación en este blog y aludiendo a principios democráticos y de libertad de expresión que defiendo, hoy, día de la coronación de Felipe VI, con todos mis respetos, o no, prefiero a Juan, trabajador, luchador, de izquierdas y republicano, que al jefe de gobierno impuesto a dedo.

Mientras esperamos a que la democracia sea el verdadero gobierno del pueblo y podamos elegir nuestros representantes o mandarles a hacer puñetas cada cierto tiempo en las urnas mediante votaciones y no por derecho Real, incluido el Jefe del Estado, aquí os dejo este relato dedicado a Juan.
Como en otras ocasiones la fuente es de ccooweb, donde puedes descubrir relatos interesantes. Por ser este día el título que le he dado es:


Mejor Juan, que Felipe VI.

Me senté a su lado y escuché.
Un día, cuando tenía siete años, vino mi hermano y me dijo, Juan, este es tu padre, a este hombre le tenemos que decir papá. De mi madre no puedo acordarme, sólo tenía dos años cuando ella murió. 
Nací en el año 36, el año que comenzó la guerra. En un pueblo pequeño de la provincia de Ciudad Real, llamado Valdemanco de Esteras. Era un pueblo en zona republicana. Mi padre, que tenía dos mulas y algunas cabras, se fue a los frentes cercanos, con las mulas, para trasladar a los heridos. Pero al poco tiempo fue detenido y estuvo encerrado hasta el 43, cuando yo tenía siete años. 
Así que comencé mi vida sin padre y al poco sin madre. A nosotros, que éramos cuatro hermanos -2 hermanas y 2 hermanos-, nos crió mi abuela. Mi abuela tenía tres hijos, -una hija, mi madre, y dos hijos, mis tíos-. Uno de ellos, Miguel Merchán, fue uno de los responsables de los maquis en Madrid y fue muy importante en mi formación como persona. 
Cuando acabó la guerra mi abuela nos llevó a Añora, un pueblo de Córdoba, cerca de Pozoblanco, de donde era originaria la familia. Fueron tiempos muy difíciles. Sin padres, con mi abuela muy mayor, sin apenas dinero. Pasamos mucho. Recuerdo que el Auxilio social daba comidas para los niños pobres, pero no a los niños pobres de los rojos. Nosotros nos teníamos que apañar con lo que sacaba mi abuela de la venta de alguna cabra y lo que aportaba mi hermano mayor, que con diez años ya trabajaba en lo que podía. 
A mi padre le soltaron en el año 43, pero no del todo, no podía acercarse a menos de treinta kilómetros del pueblo. Así que, a través de un amigo que se había casado con una mujer muy rica y que tenía muchas tierras, consiguió un trabajo en una finca que estaba retirada de Pozoblanco. Allí nos fuimos todos y en ella estuvimos hasta que cumplí diez años. Entonces volvimos a Ciudad Real y mi padre se volvió a casar. No me acabé yo de entender con esta mujer. 
Desde el año 1943 hasta 1952 recorrimos varias fincas. Hasta que nos instalamos definitivamente en una, en Cabeza Rubia del Puerto. Allí estuve hasta 1956.
El trabajo en las fincas era muy duro, teníamos que trabajar todos, los grandes y los chicos, los hombres y las mujeres, éstas, además, se encargaban, como siempre, de las tareas domésticas, doble trabajo. En las fincas de los ricachones podíamos trabajar durante siete años. El primero se dedicaba a descuajar los montes, es decir, arrancábamos los árboles de raíz para poder sembrar. Eran montes llenos de madroños, robles, quejigos, chaparros, alcornoques,... Con la madera hacíamos carbón que luego vendíamos. Así, los campos quedaban listos para ser sembrados. Grandes superficies arbóreas de las dos Castillas se pelaron de árboles durante la postguerra, pero a nosotros era lo que nos daba de comer. Se sembraba trigo, cebada, avena, centeno,... y garbanzos, muchos garbanzos que vendíamos a los militares. En la última finca, como decía antes, se asentó mi familia definitivamente. Éramos diez familias de colonos. Ayudándonos unos a otros, nos fuimos haciendo nuestras casas, cerca del río, para disponer de agua. Eran casas muy humildes pero ya no era dormir en el campo de cualquier manera, como las bestias. 
Yo no fui a la escuela. Mi madrastra me enseñó a leer y las cuatro reglas. Pero fue mi tío mi verdadero maestro. Miguel Merchán había viajado mucho por España y había visitado varios países europeos durante la guerra. Al acabar ésta volvió y estuvo tratando de combatir al franquismo organizando maquis. En el año 1945 intentando contactar con un cura de izquierdas en Conquista, un pueblo que está muy cerca de Villanueva de Córdoba le detuvieron. Y mira que el cura le advirtió, Miguel no vengas esta noche que los guardias civiles están al acecho, que me tienen vigilado, le había dicho. No sé si la misión que tenía era tan importante que no podía esperar o que estaba cansado, el caso es que le detuvieron. Estuvo en el penal del Puerto de Santa María diez años, y cuando salió, en el año 55, se vino a vivir con nosotros. 
En realidad yo viví con él un año, pero nunca le olvidaré. Si yo ya era un joven rebelde, que no soportaba las injusticias, él me abrió los ojos. No sólo me enseñó a desenvolverme con las matemáticas – me enseñó a medir terrenos, a cubicar, a calcular porcentajes,...-, con la lectura - me habló de novelista y poetas, de las historias de los hombres que hay en los libros-. Me habló de la España de antes de la guerra, de mucho antes. De la monarquía de Alfonso XIII, de la dictadura de Primo de Rivera; de la miseria del país, de la pobreza, del poder de los curas y su intolerancia, de la incultura, de los abusos de los señoritos y terratenientes, del hambre. Me habló de la esperanza que hubo en este país con la República, de la reforma agraria, de las misiones escolares y culturales, de la democracia, de la igualdad, del voto de las mujeres, de la educación laica, de una milicia popular, de la libertad de expresión que hubo en un país donde ahora, entonces, no se podía hablar. 
Y me habló de la guerra. De como se violentó la voluntad popular, como se dio un golpe de estado contra un gobierno legítimamente constituido. De como España fue abandonada a su suerte por los países aliados. De como el fascismo de toda Europa corrió en ayuda de los sublevados, fascistas también. Me habló de las barbaridades que se cometieron por todos, pero mucho más por unos, los fascistas, que por los otros, los nuestros.
Mi tío me enseñó a estar al lado de los más débiles, a combatir la injusticia, a luchar por la libertad, por la igualdad. Y en ese empeño sigo, a mis setenta años. 
En el año 1956 mi hermano y yo dejamos la finca y nos vamos a trabajar por nuestra cuenta,
contratados por los dueños de otras fincas. Trabajábamos a destajo, en la poda de encinas, en la siembra, en la siega,... Ajustábamos los precios, pero siempre nos intentaban engañar (además, tenían a los guardias de su parte). Y ahí las enseñanzas de mi tío nos salvaban. No era lo mismo medir un terreno, como pretendían los dueños, sólo largo por ancho, que tener en cuenta los desniveles, hondonadas y demás irregularidades. La cosa cambiaba mucho.
A más de uno tuvimos que prepararle una encerrona para poder cobrar todo lo que nos debía. Hay que joderse, siempre intentando aprovecharse del trabajo de los demás. A causa de estos problemas decidimos trasladarnos a Madrid, a probar suerte en la construcción. Ya eran los años 60 y a las zonas más pobres de España llegaba la llamada del desarrollismo de las grandes zonas industriales, como el País Vasco, Barcelona o Madrid. Así que en 1962, con 26 años, llegamos a la capital. Ya estaba casado con Josefa, mi Josefa. 
Mi tío me había hablado de la gente del Partido en Madrid, me había dicho que buscará a un tal Torá y su gente, que ellos nos ayudarían. Pero era como buscar una aguja en un pajar. No podías ir diciendo por ahí que buscabas a un antiguo general de la República. Pero tuve la inmensa suerte de que un día, al salir del metro, un hombre creyó ver en mi al hijo de mi tío, tanto nos parecíamos. El hombre sabía que no podía ser, ya que mi tío no tenía hijos, aun así me siguió hasta que se atrevió a preguntarme. Cuando le dije quién era, al hombre se le saltaban las lágrimas, habían sido grandes camaradas.
Este hombre me puso en contacto con Torá que en la vida civil ejercía su profesión de ingeniero. Tenían una pequeña empresa de construcción y procuraban dar el mayor trabajo posible a compañeros caídos en desgracia, cosa de lo más fácil en aquellos tiempos de silencio, represión y dictadura. 
Con ellos estuvimos un año y fueron los que nos enseñaron el oficio de la ferralla. Nos dieron los contactos necesarios para seguir trabajando en las obras y en el Partido.
Hicimos casas prefabricadas por todo Madrid. Trabajamos para la constructora Urbis, que era de los curas, en la construcción de la universidad de Somosaguas. Allí habíamos ido con dos camaradas ya mayores que conocían muy bien el oficio y terminaron de enseñárnoslo. Nosotros nos subíamos a las estructuras para armar los pilares y forjados mientras ellos preparaban los estribos. 
A primeros de 1964 nos fuimos a Castillejos-Añover a construir un fábrica de cemento, también con los curas. Fue la primera vez que organizamos una huelga.
No nos pagaban mal, la comida era buena, el alojamiento también. Nos llevaban y nos traían todas las semanas. Las condiciones de trabajo no eran malas. Pero pretendíamos que el salario interprofesional fuera más alto, que nos pagasen lo que nos correspondía al estar fuera de Madrid,... el caso es que preparamos una asamblea para informar a la gente, pero nos detuvieron a los tres que estábamos hablando.
La mayoría de encargados y capataces eran del Partido o cercanos, consiguieron parar la obra y amenazaron con no reanudar los trabajos si no nos dejaban libres. También jugó a nuestro favor nuestra profesionalidad (siempre tuve claro que había que trabajar bien, que nunca te pudiesen atacar por ese lado). Al final nos soltaron y uno de los encargados me dijo que tenía que aprender a morderme la boca, que teníamos que ser más listos que ellos, que teníamos que ser prudentes y saber cómo actuar. 
En el 67 volvimos a Madrid, a Vallecas donde estaban nuestras familias, allí conocí a Paco el Cura al que enseñé el oficio. Aunque eran tiempos en los que se ganaba dinero en las obras (los especialistas como yo), no teníamos derechos y sobre todo no había libertad, por eso luchábamos y las gentes del Partido lo teníamos muy claro.
Aunque algunos ahora quieran suavizar la época franquista, la verdad es que fue muy dura. Podías llevar una vida conformista y cómoda no metiéndote en política, como se decía entonces. Pero si no estabas de acuerdo con ese sistema, había que arriesgarse y tener mucho cuidado, pero aun así la mayoría de las personas que se enfrentaron y que en la dictadura lucharon por traer de nuevo la democracia a este país acabaron en la cárcel, desterrados o apaleados, o las tres cosas. 
Había que tener cuidado... e imaginación. Los fines de semana nos juntábamos, alquilábamos unas furgonetillas y nos íbamos al campo, a comer tortilla, como unos domingueros más. Pero, además de comernos las tortillas, preparábamos las acciones que íbamos a realizar en el futuro inmediato.
Los papeles los escondíamos en casa. Hacíamos escondites en dobles paredes o debajo de la bañera. Las bañeras están huecas por debajo. Quitábamos uno o dos azulejos y limpiábamos el hueco. A los azulejos, por detrás, les hacíamos un armazón de escayola para que encajasen, y en las juntas les poníamos yeso blanco o pasta de dientes, si había que taparlo rápido.
A la gente las captábamos despacito, muy despacito. En las obras observábamos, y a aquellos que más o menos podías ver que pensaban como tú, les ibas tanteando. 
Quedabas con los compañeros para tomar unos vinos, hablabas de fútbol o la Piquer, y entre medias ibas deslizando comentarios políticos. Según respondían, seguías o les dejabas; a los que veías que estaban más sensibilizados con los asuntos sociales o laborales, ibas un paso más allá. Yo les decía, mira fulano lo que me han echado en el buzón, no sé quién habrá sido, pero, mira. Y les enseñaba El Mundo Obrero, que entonces se hacía en Francia. 
Si seguían interesados entablaba más confianza y si creía que era gente con la que se podía contar, les invitaba a las reuniones de mi célula.
Nos movía que la sociedad mejorase en general, que vivir con dignidad no fuese patrimonio de unos pocos privilegiados.

  • Share:

You Might Also Like

0 comments