Parto de la base, de que este robusto objetivo ya tiene unos años. En mi caso la compra fue de segunda mano, aunque en la actualidad sigue en el mercado. No se puede decir que sea un objetivo barato, mas bien algo elevado de precio, aunque si tenemos en cuenta su apuesta por un uso profesional o aficionado avanzado, quizá sea un precio que podamos considerar como razonable. En todo caso, una buena pareja para la Nikon D7100.

El rango focal 17-55 mm mantiene un ángulo de visión desde los 28º hasta los 79º, que es como si usáramos un objetivo 26-85mm en 35mm. Esta condición para muchos es el rango de distancia que han estado buscando para fotografía de paisajes y viajes y para un uso general y cotidiano de carácter social, incluso para personas y retratos con un bokeh estupendo. En esta página puedes ver también todos sus datos en el Manual de Usuario.

ESPECIFICACIONES: 

Nikkor 17-55 mm f/2.8 G ED-IF AF-S DX

Como en todos los modelos de nivel en Nikon, el enfoque automático ser realiza con un motor de onda silenciosa y existe la posibilidad de cambiar con un solo toque en cualquier momento entre AF/MF. El enfoque se hace interno, así que el tambor no gira y puedes utilizar filtros polarizados o degradados sin ningún problema. El enfoque se puede realizar solo a 36 cm con lo que podemos llenar el marco con primeros planos sin problemas.

En definitiva, todos los especialistas que he consultado, vienen a determinar que estamos ante una excelente óptica con un rango muy interesante que puede sernos útil en casi todas las situaciones cotidianas y su f/2.8 da mucho juego y rapidez tanto en control manual como automático. Incluso algunos consideran que con el Nikon 17-55mm y un Nikon 70-200mm en la bolsa pueden tener suficiente.

Hacía pocos años que había terminado la guerra de España y la cruz y la espada reinaban sobre las ruinas de la República. Uno de los vencidos, un obrero anarquista, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo. En vano revolvía cielo y tierra. No había trabajo para un rojo. Todos le ponían mala cara, se encogían de hombros o le daban la espalda. 

Con nadie se entendía, nadie lo escuchaba. El vino era el único amigo que le quedaba. Por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa beata, mujer de misa diaria, mientras el hijo, un niño pequeó, le recitaba el catecismo.

Mucho tiempo después, Josep Verdura, el hijo de aquel obrero maldito, me lo contó. Me lo contó en Barcelona, cuando yo llegué al exilio. Me lo contó: él era un niño desesperado que quería salvar a su padre de la condenación eterna y el muy ateo, el muy tozudo, no entendía razones. 

-Pero, papá – le dijo Josep, llorando -. Si Dios no existe, ¿quién hizo el mundo?
-Tonto – dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto -. Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.